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La esperanza de vida de las mujeres es, de media, más alta que la de los hombres por lo que en edades avanzadas el porcentaje de mujeres es mayor que el de los hombres. Es importante tener en cuenta esta realidad para incluir la perspectiva de género y tener en cuenta la situación de las mujeres mayores en el diseño de los programas y las políticas dirigidas a las personas mayores.
Para hacernos una idea del impacto que tiene en el envejecimiento la diferencia de esperanza de vida entre mujeres y hombres, es un dato muy significativo que la esperanza de vida de las mujeres al nacer supere a la de los hombres en 4,8 años a nivel mundial. Si analizamos más en detalle este dato, la diferencia en algunas regiones del mundo puede llegar a superar los 6 años. Por ejemplo, la esperanza media de vida de las mujeres es mayor que la media mundial en América Latina y el Caribe (6,5 años), Europa y América del Norte (6,1 años) y Asia oriental y sudoriental (5,3 años). Por otro lado, es menor en Asia central y meridional (2.7 años), Oceanía (3.0 años) y África subsahariana (3.5 años). En España, la esperanza de vida al nacer para los hombres es de 80,43 años y para las mujeres es de 86. Se estima que en 2050 las mujeres serán el 54% de la población mundial de 65 años o más. Dado que la brecha de género en las tasas de supervivencia entre hombres y mujeres se está reduciendo, el equilibrio entre las personas de 80 años o más será más uniforme. En 2050, se prevé que la proporción de mujeres entre la población total de 80 años o más disminuye ligeramente, del 61% en el año 2020, al 59%.
Siguiendo los datos del INE, observamos que las diferencias entre la cantidad de hombres y la cantidad de mujeres por grupos de edad es mayor a medida que avanzan los años.
Fuente: Estadísticas del padrón continuo, INE (2020).
Sin embargo, vivir más años no implica que las mujeres tengan una mejor calidad de vida, sino más bien todo lo contrario: la esperanza de vida en salud al nacer de los hombres es de 63,87 años y el de las mujeres es de 62,55 años.
Aunque existen causas biológicas y genéticas asociadas a la mayor longevidad de las mujeres mayores, el hecho de que las mujeres vivan más, pero tengan una morbilidad mayor también está relacionado con factores sociales y ambientales.
Las dificultades asociadas al envejecimiento de las mujeres no son bien comprendidas, ya que la mayoría de los estudios sobre el envejecimiento no consideran las características específicas de hombres y mujeres, tratándolos como equivalentes. Por lo tanto, a pesar de la relevancia de este tema, pocos estudios han abordado el envejecimiento de las mujeres o los rasgos característicos de la feminización del envejecimiento, especialmente cuando el fenómeno es abordado desde una perspectiva de contexto de trabajo.
No existe consenso en la literatura sobre la edad en que las mujeres comienzan a experimentar dificultades en el mercado laboral por ser consideradas “viejas”. Puede ocurrir cuando tienen 50 años o incluso antes, con tan solo 40. Para las mujeres, la edad es potencialmente un doble daño: a menudo, sufren discriminación por edad a edades más tempranas que los hombres.
Al hablar de la feminización del envejecimiento, tres ejes facilitan la comprensión del fenómeno y cómo se refleja en las relaciones de trabajo: la naturaleza de la feminización del envejecimiento; las características de quienes lo experimentan; y, finalmente, las necesidades de las mujeres mayores y las estrategias de transformación en el lugar de trabajo.
La naturaleza de la feminización del envejecimiento
La feminización del envejecimiento es el fenómeno por el cual se encuentra una mayor proporción de mujeres que de hombres entre la población mayor, especialmente en edades más avanzadas. Es decir, está conformado por evidencias que muestran que existen grandes diferencias en el número de personas mayores por género y que el envejecimiento dura más para las mujeres porque viven más.
A medida que envejecen, las mujeres, a pesar de ser mayoría y tener una mayor esperanza de vida que los hombres, experimentan discriminación por género y edad, especialmente en el ámbito laboral. Esta discriminación parece ocurrir porque nuestra sociedad ve la edad como un marcador, que reúne formas de pensar y entender a un determinado individuo, organización o incluso sociedad.
En el ámbito laboral, las mujeres sufren discriminación explícita por parte de compañeros de trabajo al describirlas como “demasiado mayores”, además de experimentar la edad como una barrera cuando buscan trabajo, acceso a capacitación, solicitan aumento de remuneración o intentan avanzar en sus carreras. Cuando solicitan puestos de trabajo, las candidatas mayores suelen ser rechazadas mediante un lenguaje neutral en cuanto a la edad que las describe como “sobrecualificadas” o “demasiado experimentadas”. La percepción de que las mujeres mayores carecen de habilidades técnicas o no pueden relacionarse bien con los empleados más jóvenes es otro factor asociado con la discriminación.
La discriminación que enfrentan las mujeres mayores se relaciona no solo con la edad cronológica, sino también con la apariencia física en el contexto laboral. En ocasiones las mujeres sienten que su apariencia, vestimenta y comportamiento están bajo vigilancia constante tanto dentro como fuera del lugar de trabajo. El envejecimiento en las mujeres trae desafíos adicionales ya que las mujeres mayores sienten que deben permanecer enérgicas y jóvenes para mejorar la imagen de la empresa.
También es importante señalar que las mujeres mayores no son las únicas mujeres que sufren discriminación. Numerosos estudios han demostrado que las mujeres de todas las edades son más propensas que los hombres a sufrir discriminación relacionada con la apariencia o la sexualidad, especialmente si tienen menos de 25 años o más de 45 años.
Así, comprobamos que el concepto de feminización va mucho más allá de los números: el fenómeno es más que el hecho de que las mujeres mayores superan en número y viven más que los hombres. Más bien, podemos argumentar que la feminización del envejecimiento es un fenómeno complejo y multifacético.
Despoblación, envejecimiento y mujeres rurales
Como ya hemos visto, la proporción de personas mayores dentro del conjunto de la población total es cada vez más importante. Sin embargo, encontramos importantes diferencias entre la población rural y urbana. Aunque la mayoría de las personas mayores en España vive actualmente en ciudades, en zonas rurales encontramos una proporción muy alta de mayores de 65 años. De hecho, cuanta menos población tiene un municipio, mayor es el porcentaje de personas de edad avanzada. Según refleja el CSIC, en 2019, las personas de más 65 años representaban el 28,5% de las personas censadas en municipios rurales (de 2.000 o menos habitantes). La comparación de la estructura por edad entre el mundo rural y el conjunto de la población nacional muestra un claro envejecimiento de la población rural y una proporción muy baja de niños y niñas. Este proceso está haciendo que cada vez vivan menos personas de todas las edades en los pueblos pequeños y que muchas zonas estén cada vez más abandonadas, cuenten con menos y peores servicios y tengan menos oportunidades de empleo y de futuro.
A pesar de que la despoblación de las áreas rurales se asocia en muchas ocasiones al envejecimiento generalizado, según el informe “Despoblación, reto demográfico e igualdad”, existe una relación directa entre la situación de las mujeres en el medio rural y la despoblación, tanto en sus causas como en sus consecuencias. Dos de cada tres personas que emigran del campo a la ciudad son mujeres y más de un tercio de las mujeres que viven en pueblos de menos de mil habitantes son mayores de 65 años. Esto hace que la llamada España vaciada esté también muy masculinizada, pero que, al mismo tiempo, las mujeres mayores de 65 años sean esenciales para el mantenimiento y pervivencia del arraigo de la población rural. Las mujeres rurales de todas las edades asumen importantes tareas de cuidados, trabajan en el campo y en negocios familiares, aunque, en muchas ocasiones sin un empleo formal ni un sueldo digno. Sin embargo, tenemos muy pocos datos y estadísticas sobre la situación y el trabajo que desempeñan las mujeres mayores en el ámbito rural. A nivel global, Age International ha publicado recientemente el estudio “Older Women: the hidden workforce” (Mujeres mayores: la mano de obra invisible) en el que se aborda la realidad de las mujeres mayores en países de ingresos medianos y bajos, donde la economía agrícola y rural tiene un enorme peso. Según este informe, una de cada siete mujeres mayores de 65 años formaba parte de la población activa antes de la pandemia en los países de ingresos bajos y medios. En África subsahariana, esta cifra era especialmente alta: dos de cada cinco mujeres mayores. Además, tal y como el informe indica, debido a que las encuestas sobre población activa no siempre incluyen el trabajo de las personas mayores, se trata, seguramente, de una subestimación. Este informe también destaca que las mujeres mayores asumen múltiples tareas de cuidados no remunerados, cultivan alimentos para el consumo familiar, trabajan en proyectos comunitarios y asumen trabajos informales con los que contribuyen a la economía familiar.